25 de septiembre de 2017

La historia de Brenda: superó la hipoacusia y tiene título

Quiere dedicarse a investigar problemas de salud y aplicaciones para mejorar la calidad de vida de las personas.

Brenda Tenaglia Giunta es hipoacúsica de nacimiento. La discapacidad no le impidió estudiar en la Universidad Nacional de Rosario  (UNR) y recibirse de Licenciada en Biotecnología. Brenda contribuyó en la elaboración del documento “Educación superior inclusiva: orientaciones para la comunidad universitaria”.

“Cuando entré a la Facultad de Ciencias Bioquímicas y Farmacéuticas no quería que se supiera que tenía una discapacidad. Quería que me trataran igual que al resto y con los años aprendí que ese fue un error”, cuenta Brenda que padece una hipoacusia bilateral congénita y tiene audífonos en los dos oídos desde los 6 años.

Su caso es particular porque adquirió el habla desde muy pequeña y por esta razón descubrieron su patología recién a los dos años y medio. Hablaba normalmente, cualquier persona que la escuchaba no se daba cuenta de su problema, ni siquiera su propia familia. Brenda aprendió sola a leer los labios y cree que la clave fue que su madre hablaba fuerte, modulaba muy bien, gesticulaba y usaba mucho las manos.

Cuando empezó el jardín de infantes, en una de las actividades para desarrollar los estímulos, las maestras notaron la dificultad. Había que descubrir de dónde venían ciertos sonidos y cuando le taparon los ojos, ella no reaccionó. En los primeros estudios fonoaudiológicos también vieron que si bien contestaba las preguntas tenía dificultades. Hizo la primaria en su ciudad, Firmat y la secundaria en la escuela Juan Bautista Alberdi de Arroyo Seco, porque tenía orientación en ciencias naturales. “Desde chica mi pasión estaba en el área de las ciencias”, cuenta Brenda. Egresó con el mejor promedio y también desarrolló su hobby: la fotografía.

En 2006 se anotó en la Facultad de Ciencias Bioquímicas y Farmacéuticas de la UNR, como todo ingresante de 18 años tuvo miedo. “Tenía idea de que en la Universidad eras un número, no como en la escuela que te conocen, te preguntan cómo estas”, explica Brenda y dice que quería pasar desapercibida porque no quería tener trato especial.

“Estaba emocionada de estudiar por fin lo que me gustaba”, cuenta. Pero fue difícil porque se dio cuenta que no podía tomar apuntes. Sabia leer los labios, pero cuando bajaba la vista para escribir, se perdía. Su rutina diaria empezaba a las 8 de la mañana, cursaba las materias, volvía a las 3 de la tarde y estudiaba hasta las 12 de la noche para poder llegar. En los parciales siempre iba a los recuperatorios y terminaba aprobando con lo mínimo, un 6. “El primer año fue duro”, recuerda.

Había cursado las tres materias anuales, Matemática, Física y Química Inorgánica, pero en las vacaciones sólo pudo preparar el final de esta última. El segundo año ya lo empezó cansada y encima con temáticas más complejas. “Tengo una forma de aprender que consiste en leer un concepto y transformarlo en un dibujo en mi cabeza, pero las asignaturas eran tan abstractas que no podía imaginarlas”, cuenta Brenda. Rendía los finales muchas veces, leía y leía pero no entendía, por lo que decidió abandonar una materia y se desanimó, sufrió su primera crisis. Un día en los pasillos de la Facultad, vio colgado un afiche de la Comisión Universitaria de Discapacidad. Preguntó, se acercó y dialogó con Berenice Frati, referente de la Comisión en Bioquímicas. “Comencé a charlar primero desde lo anímico y mi idea de abandonar la carrera y luego empecé a aceptar mi discapacidad, mis limitaciones, recién después pude continuar”, cuenta Brenda. Juntas analizaron dónde estaban las fallas, por qué tenía que rendir tantas veces una materia y descubrieron que el problema no era la falta de estudio sino el tiempo que necesitaba para resolver un examen. “No me faltaban los conocimientos, pero me llevaba más tiempo entender qué tenía que escribir”. Y otra dificultad era la imposibilidad de tomar apuntes en las clases.

Desde la Comisión de Discapacidad y la Secretaría Estudiantil, diseñaron algunas estrategias para enfrentar estas dificultades. Citaron a los jefes de cátedra para explicarles la situación y les solicitaron la posibilidad de que Brenda grabara las clases para poder escucharlas luego más despacio y hacer un resumen. Asimismo, plantearon la necesidad de un mayor tiempo para resolver los exámenes. Les pidieron a los profesores es que miraran de frente porque ella les leía los labios, dado que a veces mientras hablaban se daban vuelta para escribir en el pizarrón y ahí perdía el hilo del tema. Todos los docentes accedieron sin ningún problema y los que no querían ser grabados, les pasaban sus clases escritas.

“Cuando yo acepté mis limitaciones y empecé a entender que con esas pequeñas cosas podía avanzar, empecé a disfrutar la carrera”.

Sobre la Licenciatura en Biotecnología, reconoce que es una carrera difícil, no sólo por su complejidad sino también por la cantidad de horas de cursado y de estudio. Ya con el título quiere dedicarse a investigar aquellos problemas de salud que aún no tienen solución, así como también aplicaciones para mejorar la calidad de vida del hombre.

Fuente: El Ciudadano