9 de octubre de 2017

El pintor del Paraná: de autodidacta a expositor en New York

La exposición en uno de los mercados de arte más importantes del mundo representó una consagración personal para Gabriel Schiavina, pintor rosarino hiperrealista del río Paraná. No sólo por el abismal trecho que existe entre la ribera donde practicó durante años la pincelada de las olas y aquella sala de arte de la Quinta Avenida, sino por lo que significó para su carrera en términos profesionales.

“Fue una bisagra absoluta Nueva York. Además de una revancha por el reconocimiento. Hay mucha gente muy grosa que acá no la reconocen y allá sí. Profesionalmente fue un gran giro”, comenta en su departamento-atelier del macrocentro rosarino.

Schiavina abrió su espacio un miércoles a media tarde luego de pintar hasta el amanecer. Acomodó unos ceniceros y comenzó a hablar sin detenimiento y sin esquivarle a remarcar sus logros. Mostró una predisposición total que buscaba cierta reivindicación de su trabajo, una revancha, como él dijo. Es que entiende que los artistas plásticos locales no tienen el reconocimiento que se merecen, y que el área cultural de la ciudad no le da el lugar al rubro.

“Mis obras tienen una faceta patrimonial, histórica y documental  del río. No hay una ayuda de nadie. Deben creer que el artista plástico es desentendido de la disciplina. Yo trabajo full time todo el tiempo. Se dejan llevar por el cliché y la imagen de uno”. Sin la disciplina, no funciona, asevera. Lo cierto es que vive para la pintura. Su patrón diario son los lienzos, los pinceles y los colores. De ahí en más, diagrama el resto.

 

 

De Rosario a New York

Al ser premiado en la Chelsea International Fine Art Competition Exhibition y lograr un contrato con la Galería Agora, sus trabajos por encargo se limitaron al punto de frenarlos. Ahora mayormente pintará para clientes del exterior con otros parámetros, valores y tipo de clientes, aunque siempre conservando la técnica y el concepto.

“Te cambia todo: meterse en un mercado nuevo, todo distinto como la estructura de venta. Uno se aprende una formula y la repite, y funcionaba pero hasta acá. Yo acá (Argentina) puedo seguir vendiendo, y vendo mucho. Tengo mucha demanda pero ahora todo cambió”, dice mientras señala una pila de no menos de cinco bastidores en blanco que debió entregar semanas atrás.

Técnica

Sus cuadros se confunden a primera vista con fotos de la naturaleza. Incluso cuesta unos segundos darse cuenta de que se trata de una pintura. Si bien su obra aplica al hiperrealismo, el artista hila fino y explica que no es del “tipo clásico” sino más bien fotorrealismo contemporáneo, porque conjuga oleo, mucho de fotografía en la composición, en la mano y en la técnica. Lo cierto es que además de buscar la fidelidad al máximo del paisaje, subyace algo más en sus cuadros.

Las olas inimitables unas de otras, el pulso del agua escurriendo hacia algo más inmenso y la luz reflejada sobre la superficie tienen su origen en un vínculo particular del artista con el Paraná. “Siento una conexión espiritual, metafísica, llamala como quieras. El río para mí fue todo. Me crié en una familia disfuncional y mi cable a tierra era ir al río”.

 

 

La composición es muy simple: una línea de horizonte y dos planos. Punto. Ese minimalismo le da el impacto visual. El corazón del cuadro está en el movimiento del agua, dice. “Muchos se complican pintando los paisajes. Lo principal es que sea simple tal como lo ves en la costanera”.

Cuenta que, como todo pintor, comenzó probando paisajes pero lo particular es que encontró rápidamente la esencia de sus obras. “Buscaba una identidad. A la mayoría le lleva mucho tiempo encontrarla. Reconocerla por algo. Yo tuve la suerte de encontrarla desde el principio. Además es un tema que nadie lo tocó. Pinta tu entorno, y pintarás el mundo, y yo lo hice”, parafrasea. Lo cierto es que Schiavina logró una marca, un sello, y lo reconoce: es el pintor del Paraná. “Ves un cuadro del Paraná y automáticamente sabes que es mío”.

Autodidacta a muerte

Schiavina muestra cierto desapego por las instituciones, a las cuales les critica que no reconocen a los artistas plásticos locales, y también lo aplica a los estudios académicos. Basado íntegramente en una técnica autodidacta, de probar colores, equivocarse, volver a probar y así, entiende que las escuelas de bellas artes direccionan la vocación de los artistas.

“El ser autodicacta te da un ojo propio en lo técnico que no le debe nada a nadie. Quieras o no quieras, en una academia el maestro te contagia en el estilo. Tenés que ser muy creativo para no dejarte influenciar. Inconscientemente volcás lo que te enseñan, te contamina. Sos un artista de academia.  El autodidacta tiene su ventaja”, dice convencido.  

Dice que todavía no pintó el agua como realmente lo quiero hacer aunque reconoce que transmite todo lo que quiere. “No logre lo que quiero yo como ideal: obras de 2 x5 metros por ejemplo, para que el cuadro cubra toda la visión. Que no haya nada que distraiga la vista. No quiero que haya diferencias entre el cuadro y la realidad”, remata.

 

Fuente: Rosario Plus