16 de octubre de 2017
Destacan que Rosario fue cuna de la técnica del Bonsai en el país
El precursor del Bonsai en la Argentina venía de una familia feudal de Japón y se radicó en Rosario. Es más, fue desde esta ciudad desde la cual expandió en el país esta técnica milenaria, que se consideró un arte en Japón a partir de 1935.
El precursor del Bonsai en la Argentina venía de una familia feudal de Japón y se radicó en Rosario. Es más, fue desde esta ciudad desde la cual expandió en el país esta técnica milenaria, que se consideró un arte en Japón a partir de 1935. La anécdota fue traída del recuerdo por el instructor de Bonsai, Damián Carlini, un apasionado de esta técnica que en la actualidad se practica en todos los países del mundo. Siguiendo este precepto, cientos de personas en el país se dedican a su cultivo, disfrutando de las bondades que la práctica aporta a sus vidas, un medio de relajación, concentración y de encontrarse a sí mismo dejándose transformar por el árbol. El precursor de esta técnica fue Katsusaburo Miyamoto, quien provenía de una familia feudal de Japón y en un tiempo en el que el ejército fue democratizado por el emperador, intentó ingresar y fue rechazado. Eso lo impulsó a abandonar su tierra natal y acompañando al cónsul argentino en Tokio, se instaló en Rosario.Además de ser conocido por salvar al pino histórico de San Lorenzo, realizando la labor de manera exitosa y desinteresada, y embalsamar a su difunta esposa, se destacó por ser un pionero en la difusión del Bonsai. Los testimonios pictóricos mas antiguos de la existencia de los Bonsais en China fueron descubiertos por los arqueólogos en el año 1971 en la tumba del príncipe Zhang Huai, segundo hijo del emperador de los Tang Wu Zetian, perteneciente a la dinastía Tang (618-907) y que murió en el año 715 en la provincia de Xian. Alrededor de los años 1280- 318, comerciantes japoneses introducen el Bonsai en su país, y logra mayor popularidad gracias a una obra teatral escrita por Semai en la que se mencionan tres Bonsais: un pino, un albaricoque y un cerezo. A todos, su dueño los debe quemar para calentarse una fría noche de invierno. Hoy, instructores como Carlini siguen difundiendo esta técnica milenaria, que hace de la contemplación todo un arte y que se extiende con fuerza.
Fuente: La Capital