12 de noviembre de 2018

Juguetes rosarinos que cuentan historias

Germán Bertinat se dedica a la selección de personal. Pero hace algunos años sintió que además necesitaba desplegar su creatividad, sus sueños, y decidió, a su modo, volver a la infancia. Así nació La Maravillosa Calle Bolton, un emprendimiento que desarrolla juguetes innovadores y artesanales. Ahora creará cajitas de música inspiradas en la obra de María Elena Walsh.

Los juguetes creados por Germán Bertinat hablan "el idioma de la infancia", como decía María Elena Walsh, de un modo muy particular. Las cajas de música son las estrellas de estos productos artesanales con sello local. También hay animalitos, maquetas imantadas, cuadros, y hasta carpas para armar en el patio, en una habitación o en el balcón. La belleza de estas piezas está en sus formas, en sus materiales y texturas, pero sobre todo en su espíritu. Este emprendimiento —llamado La Maravillosa Calle Bolton— se basa en la posibilidad de que cada juguete cuente una historia. La primera línea de objetos, de hecho, se basó en los relatos fantásticos de Hans Cristian Andersen, por eso hay cajas musicales protagonizadas por Pulgarcita o El Soldadito de Plomo y también dioramas inspirados en las Fábulas de Esopo. Ahora, Bertinat va por más: acaba de conseguir apoyo del área de Industrias Creativas del Espacio Santafesino, dependiente del Ministerio de Cultura de la provincia, para realizar el año que viene juguetes basados en la obra de María Elena Walsh, su musa.

 

La producción de la poetisa, dramaturga, compositora y escritora argentina, pero también su personalidad, su encanto y su irreverencia, alentaron a Germán a romper con ciertos mandatos y comenzar una búsqueda, hace cinco o seis años, que le permitiera acercarse a algo que deseaba con toda el alma: tener un trabajo que le generara pasión, ganas, que lo ayudara a desplegar la fantasía, a no perder la ilusión.

Nacido en San Carlos, en el norte santafesino, llegó a Rosario a estudiar. Se recibió de licenciado en Relaciones Laborales. Hizo su tesis en la sede de Gobierno de la Municipalidad de Rosario y su primer trabajo fue en una multinacional. Pero eso que tal vez muchos añoran: conseguir un empleo estable y donde no se gane mal, para él fue un suplicio. "Estuve dos meses, me angustié, engordé un montón de kilos, la pasaba mal", recuerda. De allí, el salto fue hacia el área de las ONGs donde se sentía mucho más cómodo, aunque claro, los ingresos a veces no alcanzaban ni para pagar el alquiler. "Seguí por mucho tiempo vinculado a ese tipo de proyectos, también pasé por Fisfe, donde coordinaba el Departamento Joven. Fueron experiencias superinteresantes pero había algo interno, profundo, que me movilizaba a seguir buscando", cuenta.

En lo estrictamente profesional se quedó con un trabajo en la Cámara de Estaciones de Servicios donde aún hoy hace selección de personal pero como free lance, lo que le permitía y permite ciertas libertades. Pero mientras sostenía un trabajo que lo habilitara a llegar a fin de mes, la crisis personal continuaba, incluso lo ponía cada vez más contra la pared. "Estaba en una búsqueda, pero no en una búsqueda circunstancial, yo me la tomé en serio. No era sólo una cierta incomodidad, había algo visceral, fuerte. Y tenía que descubrir qué era".

Germán sentía que el cambio laboral se imponía pero no tenía ni idea de lo qué venía después. "No fui un chico con inquietudes del tipo: quiero ser actor, mago, cantante, y no se me dio. Quizá, si lo pienso mucho, algo relacionado con lo artístico siempre me gustó, pero no con esa claridad que tienen algunas personas".

A la distancia, dice que entiende todo, o casi todo. Pero ese tiempo de angustia fue intenso y nada cómodo. "Empezás a contar a los demás lo que te pasa. Algunos te toman más en serio que otros. La mayoría, con toda la onda, te dice buscá, leé, viajá, tomate un tiempo, hacé retrospectiva, buscá, buscá, buscá...pero no es fácil ponerlo en práctica".

Bowie

En medio de esa crisis Germán tuvo la oportunidad de pasar más de un mes en la casa de un amigo en Londres, en un lugar soñado. Ahí, entre Chelsee y St Kesington, en un barrio de ensueño repleto de casitas como las de los cuentos de Navidad, empezó a diagramarse su nuevo futuro.

"Es una zona hermosísima, espectacular...con esas casitas preciosas, como de dibujo, con mucho estilo. De repente empezás a ver que hay un montón de cosas lindas en el mundo (se ríe). Claro que es excluyente, hasta absurdo pensar en esa vida, no es que quería eso, pero ví esa belleza...ese encanto. Algo parecido a un sueño que me llevó a otro sueño", recuerda.

Fue un punto de inflexión. Corría 2013. Por entonces, en la capital de Inglaterra, en el Victoria and Albert Museum se podía visitar la megamuestra de Bowie, donde se exhibieron más de 300 objetos del cantante. "Una muestra interactiva, repleta de vestuario, muy tecnológica, impresionante", detalla Germán. "Me conmovió de tal manera, no sólo por lo que se veía, sino porque me puse a pensar cuánta gente —los que crearon y armaron la exhibición— labura en cosas copadas, estimulantes, en las que pueden poner la cabeza y el corazón".

Cuenta que salió un rato a la calle después de un rato de visitar la muestra, que tomó aire, y que la idea de cambiar algo en su vida tomó una fuerza inusitada. "Tengo que encontrar a mi Bowie", dice que pensó.

"Mi Bowie" era alguien, una figura potente y convocante, que fuese mucho más que su obra, alguien trascendente en muchos sentidos. "Para mí era María Elena", relfexiona. María Elena, porque así nombra Germán a la Walsh, con familiaridad, con complicidad.

"Lo primero que pensé es en hacer una muestra en su honor. Después, viendo lo complejo que era, empezó a aparecer la idea de los juguetes, pero fue todo un proceso".

Lo que fue contundente es que Germán volvió con "otra cabeza". Hizo caso a aquellas sugerencias de internarse en su propia historia y buceó en su propio recorrido personal. Repasó cada etapa de su vida. Miró mucho hacia atrás. Dedicó horas y horas a hacer terapia. "Conecté con algunas cosas un poco olvidadas. A mí de chico me gustaba pintar, pasar tiempo en mi casa. Tuve una infancia feliz, con una abuela divina con una casa llena de magia, padres muy presentes. Y por ese lado vinieron las primeras inspiraciones. Logré encontrarme de algún modo en aquel estado más genuino, en aquella inocencia, si se quiere".

La búsqueda de un trabajo que lo conectara con la pasión lo llevó a bucear en su infancia. Así nació la fábrica de juguetes artesanales que crece sin pausa.
La búsqueda de un trabajo que lo conectara con la pasión lo llevó a bucear en su infancia. Así nació la fábrica de juguetes artesanales que crece sin pausa.

—¿Con qué jugabas siendo un niño?

— Mmm. La verdad es que no tenía muchos juguetes. Mis viejos tienen un corralón, venden materiales de construcción, y yo, básicamente, jugaba ahí. Inventaba, creaba...como tantos chicos. Salía de la escuela y con mi hermano hacíamos castillos de arena, fuertes de piedra, jugábamos a la mancha en el medio los escombros, de los materiales.

Germán habla una y otra vez durante la charla de su abuela. La que vivía en el medio del campo, en un sitio que fue súper significativo para él. Pasaba fines de semana, vacaciones de verano y de invierno en esa casa que recuerda con una nostalgia feliz. "Era encantador ese lugar. Había magia. Muchos animales, se cocinaba rico, con el frío jamás faltaba la leña encendida, el horno humeando", dice, y los ojos celestes se humedecen de imágenes y alegrías.

En esa misma casa, aunque la abuela ya no esté, el emprendedor filmó muchos de los videitos que se pueden ver en la cuenta de Instagram de La Maravillosa Calle Bolton. "Necesitaba volver, lo necesito. Es un lugar que me contiene", dice.

"¿Viste que Mercedes Sosa cantaba con tanto amor La simples cosas, eso de que uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida...? Bueno, a eso me refiero, de eso me agarré para este emprendimiento. Dije: desde acá construyo".

María Elena

La vida de muchas vueltas. De eso no caben dudas. Germán regresó de Europa entusiasmado y decidido. Pero se dio de lleno con la realidad de un país donde generar nuevos proyectos requiere, no sólo de una plata que casi nunca se tiene y tampoco se consigue fácil, sino también de sumar habilidades de todo tipo. "Busqué una socia, empezamos a trabajar y la idea de la muestra se fue cayendo porque era algo demasiado grande y ambicioso. Entonces pensamos en arrancar por algo más al alcance, como los juguetes, aunque tampoco fuera sencillito".

"El tiempo fue pasando y me di cuenta de que arrancar con María Elena era demasiado. Me propuse, si cabe el término, ensayar con otros autores. Apareció entonces Hans Christian Andersen, sus cuentos. Sabía que los derechos no eran tan caros y que se hicieron muchas cosas inspiradas en él, entonces sentía menos presión y si me equivocaba quedaba un poco diluido. El hecho de que él "no sea nuestro" también nos daba cierta libertad. Empezamos con los prototipos, con un ilustrador rosarino. Un año después ya vendíamos la primera parte de la producción con los dioramas, las maquetas imantadas con las que podés contar historias, porque las cajas de música de Pulgarcita y El Soldadito de Plomo fueron mucho pero mucho más complejas de resolver. Por eso vinieron después".

Es que hacerlas implica la participación de muchos actores. El diseño, el ilustrador, un ensamblador (quizá el engranaje central), los proveedores de los distintos materiales.

"Dimos con Walter Gonsolín, un ensamblador, un maestro. Es oriundo de Carcarañá. Es el que le pone la paciencia que se traduce en magia. También trabajamos con diseñadores industriales santafesinos que nos ayudaron en el primer modelo, con carpinteros, con imprentas", relata Germán.

Cuando algo nuevo comienza hay mucho de prueba y error. "Nos sucedió, por ejemplo, que Pulgarcita tenía el cuello más largo, como de bailarina. Era la idea inicial. Hicimos los troqueles que van dentro de la caja, y resultó que a 200 Pulgarcita se le torció el cuello (se ríe). Esa modificación, esa mejora, representó dos meses para atrás. Lo artesanal es hermoso pero tiene eso..."

La Maravillosa Calle Bolton, una fábrica rosarina de juguetes artesanales, cool, bonitos, muy pensados en cada una de sus etapas y de sus materiales (nada es tóxico, nada tiene puntas, ninguno hace ruidos molestos, no lastiman si se caen) empezó a tomar cuerpo. Hoy venden online casi la totalidad de la producción y una parte se destina a tiendas en 20 puntos diferentes del país que incluyen Capital Federal (el mercado más fuerte), Mar del Plata, San Luis, Montevideo (Uruguay) y hasta hay algunos objetos en un local de Londres.

Con el emprendimiento más aceitado y viendo que funcionaba, Germán se presentó hace poco a un concurso que propone el Espacio Santafesino. Adquirió antes los derechos para poder usar la obra de María Elena Walsh en sus cajas de música. Ahora, habiendo conseguido el aporte de la provincia puede seguir avanzando en los bocetos, meterse de lleno a trabajar en este nuevo sueño que pretende ver la luz durante 2019. Cristian Turdera es el ilustrador elegido para recrear en estos juguetes algunas de las ideas más hermosas y conmovedoras de la gran artista argentina. "Es una responsabilidad grande, un desafío. Con una personalidad como de ella, que de algún modo se te impone, da un poco de pudor. Pero estoy venciendo muchas resistencias, y entusiasmadísimo, sobre todo. El hecho de tener ya un recorrido me posiciona de un modo diferente, me da seguridad. Y el hacerlo con respaldo público tiene coherencia con la propuesta. Te juro que volver a cantarla, a escucharla, redescubrir su trabajo —aunque nunca nos hallamos alejado del todo de ella— es hermoso. María Elena es el idioma de la infancia. Hacia allá vamos".

Fuente: La Capital