25 de abril de 2017

La cumbia cruzada, una danza con sabor a barrio y sello rosarino

Combina movimientos del tango con pasodoble y milonga. Nadie sabe con certeza como nació, pero hoy está más despierta que nunca en clubes de barrio, salones, academias y boliches alejados del centro de la ciudad. Quiénes son sus referentes. Un mundo fascinante y misterioso.

Rosario es madre de una danza que no se repite en otras partes del país. Uno de sus tantos misterios...

La cumbia cruzada es hija directa de la marginalidad en la vieja noche rosarina donde se conjugaron historias de las más variadas en boliches ásperos con cafiolos que mostraban su hombría a través del baile. La cumbia cruzada, baile de naturaleza incierta, poco transitado por las capas más pudientes de la sociedad.

A lo largo de su existencia fue cambiando y adaptándose a las necesidades de cada momento. Hoy vive un resurgimiento en las academias de danza de los barrios y se gana el corazón de gran cantidad de adeptos, pero sin desembarcar en el centro.

Los proxenetas de principios de los sesenta —que anclaban en las whisquerías—cuidaban de las prostitutas y expresaban esta danza como síntoma de poder. Demostraban pertenencia bailando cumbia cruzada para diferenciarse de los demás.

Eran espacios de valentía inminente, muy poco accesibles.

Otra teoría narra que el nacimiento de esta forma de expresión se debió a que el tango estaba en retirada y los ritmos tropicales empezaban a ganar espacio con el boom de los Wawancó.

Si bien la cumbia traspasó todas las clases sociales a lo largo del tiempo, la cumbia cruzada todavía se sostiene en espacios específicos como cantinas y academias amateurs y con profesores "no profesionales".

Mundo de silencios y pocas certezas donde lo espontáneo —y lo que no se muestra— marca su identidad.

Saber quién fue el que dio por primera vez esos pasos combinados de tango, pasodoble y milonga —que después se llamaría cumbia cruzada— es un enigma.

Seguramente no fue uno solo, y el arte de mirar y repetir hizo que esta forma de bailar atravesara las barreras del tiempo, las generaciones, y se quedara en el corazón de muchos rosarinos.

Primero se llamó punta y taco —antes de denominarse cumbia cruzada—, después la gente decía "vamos a bailar cruzados", lo que fue dándole un nombre al estilo. Pero lo de cruzado no es por los movimientos sino por los diferentes pasos que se incorporan de otras danzas. Básico, sacada, vuelta americana, ganchos contra vuelta americana o segunda vuelta americana, ocho, caminata, giro, balanceo y el uno son sus pasos principales.

El hombre se enfrenta a la mujer y adelanta la pierna izquierda y la mujer lleva hacia atrás la derecha con la rodilla en contacto. En el medio de la sacada se enfrenta la mujer con el hombre, y se afirma a la mujer con los brazos. Se flexionan las piernas, en contacto rodilla con rodilla. De esa manera, con las rodillas, se van moviendo hacia los laterales los pies. Sin embargo, cada academia tiene versiones distintas de pasos y de cómo hacer, por ejemplo, los ganchos.

Después de cincuenta años de vida, su enseñanza y práctica no llegó al centro rosarino como sí lo hicieron la salsa o el tango, que ocupan las carteleras de bares y academias y que también se enseñan en los clubes de barrio.

En la ciudad existen más de cuarenta academias de cumbia cruzada que movilizan un promedio de cincuenta bailarines por clase. También hay un circuito de eventos donde participan tanto los bailarines como gran cantidad de público —sobre todo familias— que disfrutan con verlos.

Sergio Boyé llegó a Rosario desde el interior de la provincia cuando era adolescente. Trabajó como cadete de farmacia, después puso una pequeña agencia de autos con dos amigos. Su relación con Carlos D'Amico, ya involucrado en el mundo de las discos, lo acercó Omar Batistelli y Mariano Príncipe, emblemáticos bolicheros. Con ellos en 19991 abrió Década, una marca registrada en la ciudad. Después de algunos vaivenes Década tuvo que cerrar. El boliche reabrió sus puertas en el Patio de la Madera en el 2000, lo que dejó un espacio libre en calle Caferatta donde había funcionado por largo tiempo. Así nació El Palacio con la idea de recrear los bailes de pueblo, y destinado a un público de gente más grande. "Lo pensé para los que gustaban de la danza, del baile. Como hay otros que los fines de semana salen a caminar o hacer deportes también hay gente que es apasionada por bailar", asegura Boyé. "Soy un admirador del baile, me divierte mucho ver a la gente moverse, ¡me asombra ver a las parejas!", agrega el empresario.

El concurso

En un principio tenía que ser baile de salón y las categorías eran tango, salsa y cumbia. "Convoqué gente idónea en organización. Un jurado porque había alguno de los que bailaban que conocían muy bien la técnica", recuerda Boyé. El concurso se hacía una hora antes del comienzo del boliche, la gente entraba y veía el espectáculo. "Fue toda una historia reunirlos; y en un comienzo venían desconfiados", comenta.

Lo que se propuso fue baile de salón —no de fantasía—, es decir, clásico, al piso, sin estridencias. No había que perder el abrazo, una de las cosas que se juzgaba, al igual que cómo se conectaba esa pareja con la danza. No era solo el baile. Se exigió una manera de vestir: los varones con traje y las mujeres de noche con zapatos de baile.

Se hicieron en total tres torneos, uno en 2004 y los restantes en 2006 y 2007. Del casting de preselección participaron más de 200 parejas en las tres categorías. Las seleccionadas fueron 20 por categoría y el premio fue dinero en efectivo. Los que se mueven en el ambiente de la cumbia dicen que este concurso generó un cambio radical en el manejo de las academias, las que vieron la necesidad de tener sus propios vestuarios y de darle más estilo y elegancia a los bailarines.

A vos te conozco

Luis Demartini comenzó en el rubro gastronómico en 1972 con un restaurante sobre avenida Pellegrini. En 1980 compró su actual negocio, La Cautiva, y los sábados propuso hacer bailes. "A medida que pasaba el tiempo mis clientes de restaurante me felicitaban por haber incorporado el baile además de la cena". Todo esto se daba —y sigue hasta hoy— con orquesta en vivo. Demartini recuerda que en aquellos años brillaban Los de Boyacá y La Sonora Colombiana (la banda estable de la cantina). También sonaban el tango y otros estilos musicales.

Según Demartini, en los comienzos, la cumbia se tocaba y se bailaba en el suburbio de Rosario, en cambio, los clubes céntricos traían artistas de Buenos Aires como los del Club del Clan.

"Recuerdo lugares donde se bailaba cumbia como El Cosmopolita en la zona oeste, La Vaca Echada en barrio Bella Vista, Fortín Falucho; también los domingos a la tarde en las casas de familia se organizaban bailes".

"El que dice que es profesor de cumbia cruzada miente, no hay ninguna facultad ni instituto que lo acredite, cada uno tiene sus pasos y forma de bailar, son buenos bailarines que inventan sus pasos", aclara. Hace unos diez años, en La Cautiva, los martes y viernes había clases de cumbia cruzada, lo que generó un semillero de bailarines que armaron sus propios grupos. "Hay un montón de academias; ahora hacemos la fiesta de las academias de cumbia cruzada acá y vienen más de mil personas. Cada academia trae su ballet y presenta lo que hizo en el año", relata Demartini.

Con respecto al mundo de los bailarines opina: "Acá compiten —pero no se dicen nada y no se hablan, ni nada por el estilo—; cada uno quiere demostrar lo que sabe bailar".

Los exponentes

Ariel Gonsalez (así, con s) tiene 48 años. Baila y baila cumbia cruzada desde hace dos décadas. Y desde hace ocho años también enseña. Descubrió en sus salidas nocturnas a los boliches de moda, que disfrutaba mucho más de los momentos donde se pasaba cumbia. Sin ser del palo, emprendió un viaje hacia el mundo desconocido de las cantinas y bailantas. Buscaba un estridente color sonoro que le hiciera despertar ese sentir en el pecho: la cumbia que lo enamoró.

En las cantinas descubrió que existía una forma distinta de bailar, que él desconocía. La cumbia cruzada llegó a su vida de forma espontánea y se convirtió en una de sus pasiones.

No todos los rosarinos que aman el ritmo saben bailar de esta forma, por su complejidad y dificultad. "Hay personas que aprenden porque van a academias, algunos aprenden viendo, pero son pocos, no cualquiera puede bailar cumbia cruzada", dice.

"Yo enseño cumbia cruzada como a mí me gustaría que me enseñen. En muchas academias no te enseñan el tema de la postura del cuerpo, no te enseñan el tema del abrazo de la cumbia cruzada", reflexiona Ariel.

La tarde cae como un vendaval sobre su pequeña frente. Sentado en un banco de madera espera a sus alumnos en la puerta del centro cultural de la ciudad de Granadero Baigorria, cordón industrial del sur santafesino.

La estación de trenes supo ser un hervidero de trabajadores. El cierre de los ramales en la época menemista lo convirtió años después en un espacio muerto, que luego el municipio revitalizó como centro cultural. El salón — antes sala de espera de los pasajeros — es hoy una pista de baile donde semana tras semana se baila cumbia cruzada.

Seguro de sí mismo, Charlie no pierde oportunidad de demostrar sus conocimientos. Su staff, diverso. Jóvenes de distintos estratos sociales con un fin común: aprender a bailar la danza tribal, emulsionada.

Como soldados, todos se paran en hileras, él adelante. Se escucha la música, y se escucha un timbal, Charlie desprende sus primeros pasos y marca el ritmo, todos lo siguen, algunos con más frescura y flexibilidad. Pero ya la magia está instalada, la clase ha comenzado, el fuego los quema por dentro. La coreografía es simple pero con una dosis enorme de corazón. El baile los une y amalgama como una misma cosa. La igualdad es el lema, es la identidad.

En las competencias suele existir la cumbia cruzada tradicional y la estilizada donde se sale del baile de piso y se trabaja con pausas musicales y trucos, de aire o en el piso. Este maestro recurre a la cumbia cruzada estilizada, fusión y tradicional. Es un innovador que sumó nuevos pasos y otros ritmos a la tradicional cumbia santafesina. "Empecé con la cumbia, después cuando comencé con la salsa metí figuras sueltas, después agregué el acting en las canciones", ejemplifica. "Me voy con ella y le doy un beso, y vuelvo y agarro a otra. En la salsa cuando vos estás bailando hay tiempos musicales donde se frena, donde no tenés la clave o el guajiro o los timbales que te marquen el tiempo... tun, se paran, el tipo habla y vos marcás en pulso".

"Un buen bailarín de cumbia cruzada no debe molestar a los demás, no debe mirar hacia abajo, debe estar en contacto permanente con su bailarina. La mano derecha no se mueve, lleva y trae, el buen bailarín de salón hace la parada, los pies deben estar derechos, para bailar se deben mirar los hombros", cuenta Charlie con devoción.

 

Se enorgullece de ser uno de los primeros que comenzó con la enseñanza de cumbia cruzada. Asegura que muchos de los pasos que se ven suelen ser suyos, copiados de la inmensa cantidad de videos que sube a su canal de YouTube. "Yo estaba re mal y encontré algo por lo que vivir; además te relacionás con un montón de gente. Aparte vos vas al boliche, te ven bailar y las tenés a todas así. Yo conquisté muchas mujeres que no me darían ni la hora en la calle si no fuera porque me conocieron bailando".

Héctor Pescheux, alias El Mariachi. Tiene 59 años, baila desde los 13 cuando sus hermanas mayores lo llevaron por primera vez a un salón y quedó deslumbrado con los pasos de cumbia cruzada. "Yo lo conocí a esto aproximadamente en el año '71, '72, en lugares donde iba gente muy pesada; en esa época vos ibas a bailar y se bailaba tango, cumbia, foxtrot, típica, jazz. De pronto empezaron a sonar Los Wawancó... ¿y cómo se bailaba esto?, en ese tiempo había unos mellizos que podrían tener unos 40 años, fue a los primeros que ví bailar".

Según cuenta, para ser un buen bailarín es ideal —aunque no es indispensable— saber bailar otras danzas. "Bailar cruzado hace que el hombre se destaque, la mujer que baila cruzado no baila con cualquiera, elige a su pareja", argumenta.

La Marinera quedaba en Sargento Cabral y San Martín, frente a la aduana. En este bailable Héctor comenzó a dar los primeros pasos. "Había que ir en saco, corbata y zapatos. Yo entraba porque mis hermanas, si no iban conmigo, mi papá no las dejaba salir. Otro lugar era La Rambla, eran espacios que tenían orquestas en vivo, la típica y la jazz. Yo miraba lo que hacían los mellizos y después iba a mi casa y lo practicaba".

Es de noche y en barrio Belgrano la lluvia ha cesado después de una intensa tormenta. La cancha de básquet, utilizada como pista de baile, se viste con pequeños charcos. Hernán Retamozo, 41 años, profesor de cumbia cruzada, no ha llegado aún. Llama por teléfono para avisar de su demora, mientras algunos alumnos que llegaron hace un rato lo esperan.

El club Los Belgranenses es típico, casi perdido y adentrado sobre calle Ecuador pasando Mendoza en la zona de Las Cuatro Plazas, hacia el sur. Su entrada puede pasar desapercibida para algún transeúnte no avezado. Hernán llega apurado, saluda a los concurrentes. Es un hombre imponente, alto, de casi un metro noventa y tez morena. Lleva puestos unos jeans y chomba azul. Hoy lo esperan alumnos nuevos, algo habitual en sus clases. Si bien hay un número considerable de gente, el profesor dice que habitualmente son muchos más los que concurren, y que la lluvia ocasionó algunas bajas.

Un grupo de alumnos con secadores de piso en mano pone en condiciones la cancha para comenzar... y se prepara el equipo de música. Sobre el costado derecho, las chicas colocan sillas blancas plásticas. Hay más mujeres que varones, por lo cual los hombres deberán bailar con todas las chicas y algunas quedarán a la espera.

El conjunto de alumnos es diverso, hay jóvenes y gente mayor. Las clases de Retamozo suelen ser muy concurridas, a veces la pista de Belgranenses llega a tener más de 50 parejas bailando al mismo tiempo.

Retamozo aprendió con Marta Arias, que fue una de las primeras que dio clases en Rosario. "Conocía no más de diez pasos básicos que ella implementaba en el baile... todavía sigue enseñando y anda por los salones", menciona.

Otra cosa que se había perdido, señala Hernán, es la vestimenta. "Nosotros cuando vamos a concursos o muestras vamos de traje y zapatos de baile, se piensa que bailar cumbia es de negro, pero no es así".

El reconoce —como también lo hacen sus colegas— que es un ambiente muy competitivo. Igualmente desde hace un año se conformó una asociación de academias de cumbia cruzada que nuclea a muchas escuelas de la ciudad. La mayoría de las academias son de larga trayectoria. Tienen reuniones mensuales donde organizan eventos y galas para mostrar el trabajo de cada una.

La mañana despierta ahora en barrio Súper Cemento. Sobre calle Donado resaltan dos leones blancos de yeso que descansan plácidamente sobre un pequeño tapial, parecidos a los del Palacio Municipal pero más pequeños, custodios de la peluquería de José Luis González, bailarín de cumbia cruzada, músico, peluquero y entrenador de lucha libre. Sus comienzos en el mundo de la cumbia fueron de muy pequeño, cuando se desempeñaba como músico en grupos de cantina, lo que le permitió conocer al ras la noche rosarina.

Vestido de ambo blanco con el pelo recogido, su pasión por la lucha libre lo convierte en un gigante de temer pero, después de conocerlo, despliega amabilidad. Afirma que cuando baila es imposible que no se note: "Te imaginás semejante cuerpo moviéndose en una pista", dice quien también se desempeñó como juez en los concursos del Palacio. "La cumbia cruzada se camina con elegancia y el ritmo te lo da la velocidad que vos le pongas, se camina no se baila; se dice que se baila pero no se mueve el cuerpo ni nada por el estilo".

"Los lugares donde se bailaba cumbia en otras épocas tenían códigos. Los que se ubicaban alrededor de la pista eran los mejores, los que bailaban en el medio eran los que no sabían hacerlo. Siempre se bailaba en contra de las agujas del reloj".

"A ninguno de los profesores de cumbia cruzada le va a gustar como bailan los otros. En un torneo se corta el aire, es como una gran pelea, hay mucha falsedad; hermanados los vas a ver a los que son parte de un mismo grupo". Y agrega: "La vibra que se siente en una cantina como La Cautiva es tremenda".

Los famosos mellizos aparecen en distintos relatos... Uno solía ir a la Rambla de Alberdi y el otro al club Ñaró. Nadie sabe sus nombres. Eran varones de la noche conocidos del baile, pero nunca se los vio en pareja. Quienes los conocieron en las cantinas rosarinas dicen que bailaban con todos. Fueron, tal vez, los primeros, los que sin saberlo transmitieron la cumbia cruzada.

Otros lugares emblemáticos — que aún guardan los sonidos y las historias en su interior más profundo — fueron El Pino, La Balsa, La Marina, Olímpicos de Villa Gobernador Gálvez, el club Alem y Servando Bayo.

Allí brilló la cumbia cruzada, amada por muchos, desconocida por tantos. Con sello rosarino y calor de barrio aún despliega su arte y sus símbolos. Y demuestra, en cada pareja, que está más despierta que nunca.

Fuente: Diario La Capital