18 de marzo de 2019

La maestra rosarina que superó adversidades y sorprendió al mundo

Cristina Gómez Centurión viaja mañana a Dubai para recibir un premio considerado como "el Nobel de la educación". Una historia de sacrificio.

La maestra rosarina Cristina Gómez Centurión, finalista del Global Teacher Prize, más conocido como el premio Nobel de Educación, viajará mañana a Dubai para participar de la fase final del galardón. Quedó seleccionada entre 10 mil docentes de 179 países. Trabaja en dos escuelas marginales de Rosario, donde innova con clases a través del celular. Jamás imaginó que la podrían reconocer por su trabajo. Su recorrido no fue fácil, sin embargo, la pasión, la curiosidad y las ganas de mejorar fueron su motor imparable.

Además de docente, es esposa y madre. Tiene tres hijos, uno de ellos recibió dos trasplantes renales y la más chiquita tiene síndrome de Down.

El recorrido de Gómez centurión no fue fácil. En 2001 tuvo que emigrar a España por la crisis económica y empezar de nuevo. Una década más tarde pudo regresar y consiguió trabajo en dos escuelas en barrios muy marginales de la ciudad, donde los chicos no podían comprar libros. Utilizó la tecnología. Todo su esfuerzo, su empeño y su ánimo contagioso serán premiados ahora en Dubai.

Esta mujer sonriente y bajita estudió en Rosario, pero su primer trabajo lo consiguió en Neuquén, donde se trasladó a vivir por motivos familiares. Trabajó como profesora en la Universidad Nacional del Comahue. Allí nació su segundo hijo, quien a los pocos meses contrajo Síndrome Urémico Hemolítico, un trastorno que afectó seriamente sus riñones y le cambió la vida a todos.

A los pocos meses, el niño necesitaba diálisis diaria y controles muy seguidos que obligaron a Cristina a trasladarse con su marido y sus dos hijos a vivir a Buenos Aires. Una nueva mudanza.

"Para mí, la docencia siempre fue una pasión, y la verdad es que mi carrera era lo más importante, pero la enfermedad de mi hijo me hizo cambiar. Su vida corría peligro", confiesa en diálogo abierto con La Capital a poco de viajar a Dubai, algo que todavía no puede creer.

Su hijo necesitaba dializarse cada dos horas. Se convirtió en enfermera full time. "Nos turnábamos con mi marido Néstor para hacérsela. Al final, él fabricó una máquina que en Argentina no existía para poder dializarlo en casa. Fueron años duros, pero valieron la pena", rememora emocionada.

Durante cinco años Cristina cuidó con esmero a su hijo hasta que el niño logró el peso y la edad adecuada para el trasplante. "Su papá le donó el riñón y pudo vivir durante 15 años, hasta que hubo que repetir la operación", cuenta.

Mientras cuidaba a su hijo comenzó a hacer su tesis de licenciatura. Ese era su cable a tierra. Y sumando esas horas logró hacer un trabajo que la especializó en historia económica. De a poco volvió a reinsertarse en el ámbito laboral. Además de las horas de clases trabajó en Buenos Aires con la ONG Conciencia y diseñó el sustento pedagógico de los programas de Naciones Unidas para estudiantes, que luego trajo a Rosario.

Por entonces el país atravesaba una nueva crisis económica. Corría el año 2001 y Cristina ya tenía a su tercera hija, que nació con síndrome de Down y una grave cardiopatía.

"Tenía dos hijos con tremendos problemas de salud, no conseguíamos medicamentos y había muy poco trabajo. Yo tenía parientes en España y decidimos irnos", relata recordando lo que le costó el desarraigo.

Durante 10 años vivieron en Santiago de Compostela. Allí consiguió trabajo en varias ONG's de mujeres y de inmigrantes. "En ese lapso teníamos que volver a operar a mi hijo, necesitaba otro riñón. Nos hicimos los estudios, pero no podíamos donarle y hubo que esperar un donante cadavérico", recuerda.

"Queríamos volver, extrañábamos la familia, los amigos. Teníamos el corazón partido, porque mi hijo mayor ya se había vuelto y mi mamá y mi suegra nos necesitaban", explica. Eso fue lo que los llevó a tomar la decisión de regresar, pero esta vez a Rosario.

Cuando volvió a su ciudad natal, encontró trabajo en la escuela Santa Margarita, en Güiraldes 400 bis, en el corazón de Villa Manuelita, donde volvió a empezar su vida profesional en la docencia.

Allí se encontró con otro mundo, donde sus alumnos atravesaban serias necesidades y era imposible que contaran con libros para estudiar. Realizó campañas para equipar la biblioteca, pero luego decidió hacer algo diferente.

La idea

"Todos tenían celulares y era una lucha para que no los usaran en clases, entonces pensé que habría que implementarlo. Cuando les dije que los íbamos a usar, los chicos no lo podían creer. ¡Se engancharon!", confiesa con una amplia sonrisa.

Lo primero que hizo fue armar el blog: profecristinablog.com y allí subir todo el material para que los chicos pudieran aprender, ver mapas, interactuar y hasta crear.

Y cuenta que, por ejemplo, en una clase de historia del arte, como no podía sacar a los chicos a caminar por la zona, por la inseguridad, les pidió que sacaran fotos con el celular por donde anduvieran. "Volvieron con imágenes increíbles que nos sirvieron para hablar de la arquitectura de Rosario", relata entusiasmada.

El año pasado recibió una visita de autoridades extranjeras que le comunicaron que había sido seleccionada para recibir el máximo premio de educación junto con otro docente argentino y 48 más de diferentes partes del mundo. Aún no puede creer que alguien se haya percatado de su trabajo no sólo a nivel nacional, donde después del anuncio del Global Teacher Prize recibió incontables distinciones, sino también a nivel internacional.

Emocionada, y casi con un pie en el avión para partir hacia Dubai, aclara que en realidad la mayor satisfacción se la dan sus alumnos, cuando se superan.

 

Fuente: La Capital