23 de septiembre de 2019

La historia de Fredy, el rosarino que busca mantener vivo el arte del fileteado

Hace 30 años se dedica a adornar fachadas, instrumentos musicales y camiones. Dice que seguirá batallando contra la extinción del oficio. El recuerdo de los días que les entregó en mano sus trabajos a Fito Páez y a Luis Alberto Spinetta

Fredy Rena tuvo un papel y un lápiz en sus manos desde chico. También es compositor, cantante y guitarrista. Al arte del filete lo conoció cuando se tomaba el colectivo (Expreso Alberdi) para ir al colegio. Fue un viaje de ida. Se adueñó de los colores, la simbología, las sombras, los brillos y esos firuletes que decoraban carros, camiones y colectivos. Así empezó en el oficio de este arte popular argentino, hace más de 30 años. “Fui aprendiendo la técnica en la marcha. El filete es un ícono del tango y tiene algo de misterio”, dice.

Fredy empezó a trabajar como letrista en un taller de Fisherton. Y al tiempo decidió empezar solo el oficio de fileteador. Siempre tuvo en claro que, aunque se “muera de hambre”, se iba a dedicar a hacer lo que le gusta.

En la década del ´90 –época en la que el  menemismo hizo estragos– Fredy se fue a vivir a Capilla del Monte (Córdoba) para tratar de imponer el arte decorativo que nació a principios del siglo XX en Buenos Aires.

“Me costó. En ese tiempo llegaron muchos rosarinos y porteños y empecé a trabajar en una feria. Cuando logré asentarlo en Córdoba, me volví a vivir a Rosario”, rememoró.

 

Volver a empezar
Cuando llegó a Rosario empezó de cero repartiendo sus tarjetas personales negocio por negocio. Y comenzaron a llamarlo para diferentes trabajos. “Mientras pinto para algunos locales siempre se para alguien para charlar y recordar viejos tiempos”, contó.

Fredy relata que la base de ese trazo que vibra se basa en las sombras y en los brillos. Se necesita mucha práctica. También explica que los pinceles que usa son particulares; largos, de pelos de oreja de vaca y otros de pelo de la cola de ardilla. Son suaves, se fabrican especialmente para este oficio y se requiere de una gran destreza para su manejo.

También tiene pedidos para pintar instrumentos musicales como guitarras, bajos, violines y redoblantes de batería.

 

De frases y refranes
Una parte del trabajo de este arte decorativo -que también es una forma de comunicar- son las frases y los refranes, que a Fredy lo apasiona. Algunas de las que quedaron tapizadas en su memoria fueron: “Viejos, si hay otra vida volvería a elegirlos”; “Más vale pájaro en mano que padre a los 16”; “Cambio suegra por yarará”.

“La que siempre me piden es la frase de los viejos. Generalmente se pintan en camiones y también en quinchos, entre otros lugares”, contó.

Los precios de los carteles oscilan desde los 100 pesos hasta los 2 mil. Y más también. “El fileteado se hace con pintura sintética. Se usa mucho la simetría. Tiene sus trucos y es libre. La técnica es hacer el trazo lo más largo posible con el pulso con la tenacidad de un artesano”, explica.

 

Un día perfecto
Cuando Fredy vivía en Capilla del Monte y estaba trabajando en una feria se acercó Claudia Puyó –una de las cantantes femeninas más reconocidas del rock nacional– que estaba pasando unos días en las sierras cordobesas.

“Ese día le regalé un cartel (fileteado) con su nombre. Volvió a pasar por la feria y me pidió que le pinte un jean con el escudo de Boca Juniors. Me terminé haciendo amigo”, cuenta.

La amistad de Fredy y Puyó perduró en el tiempo. “Un día me invitó a un ensayo a El Círculo. Me presentó a Fito Páez, a Luis Alberto Spinetta, Juan Carlos Baglietto, Fabiana Cantilo y a Rubén Goldín. Tuve todo el teatro para mí escuchándolos cómo ensayaban. No lo podía creer”, recordó.

Al día siguiente “la Puyó” lo volvió a invitar al hotel donde se alojaban todos los músicos, en San Lorenzo y Paraguay. “Llegué y me subí con ellos a la trafic para ir al show. A Fito le regalé un cartel fileteado de Rosario Central. Al flaco Spinetta, uno de River Plate. No me olvido del agradecimiento. Me abrazaba fuerte y no me soltaba. Era un tipo muy humilde”, rememoró.

A Baglietto también le hizo uno a pedido con los colores del canalla, pero más grande.  “Se lo llevé un día que viajé a la feria de La Boca, en Buenos Aires. Y me lo pagó”, señala.

Fredy aseguró que el arte del filete le dio muchas satisfacciones. Conoció tradiciones, lugares y gente. Y así como el 2 x 4 marca el ir y venir de los cuerpos, el fileteado adorna vidrieras, fachadas de negocios, instrumentos musicales, restaurantes, muros, interiores de colectivos y acoplados de camiones.

El cultor de este arte popular dice que la música le da de comer al alma y el fileteado a su cuerpo: seguirá eternizando el oficio que floreció hacia fines del siglo XIX y principios del XX, y que hoy da batalla contra la extinción.

 

Cuando el fileteado cruzó fronteras
Este arte popular nació en Buenos Aires, entre fines del siglo XIX y principios del XX, con la oleada inmigratoria y comenzó a usarse en los carros que transportaban mercadería,  principalmente en la zona del puerto y cerca de los mercados. Fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).

La postulación fue presentada en 2014 por el Ministerio de Cultura de Buenos Aires y la decisión surgió de la décima reunión del Comité Intergubernamental de Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial que se desarrolla en Namibia.

En la lista representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO, Argentina solo inscribió al Tango en el año 2009, en una presentación conjunta con Uruguay, que también fue impulsada por el Ministerio de Cultura de la Ciudad.

Fuente: El Ciudadano