19 de julio de 2021

Cecilia Carranza Saroli: de los fines de semana en el barco de papá a domar el viento

La regatista que será abanderada en los Juegos de Tokio 2020 creció sobre el Paraná y con la filosofía de tener "un mundo más amplio".

Que llegase el viernes siempre era el mejor plan del mundo, especialmente para Cecilia y Francisco, los dos hijos menores de la familia Carranza Saroli. El viernes significaba muchas cosas, pero la primera de ellas englobaba todo lo demás y era el mejor plan del mundo porque era el día en que se terminaba la semana de clases y todo el clan se instalaba hasta el domingo a la tarde en el barco de Francisco padre y disfrutaba el río Paraná. Respirando aire fresco y naturaleza, gestando una forma de vida que a esos dos pequeños inquietos los moldearía para siempre. Y a ella, la más chica de los cuatro hermanos, más que a nadie. Cómo la habrán moldeado los barcos y el agua que desde el 23 de julio Cecilia Carranza Saroli disputará, a los 34 años, sus cuartos Juegos Olímpicos y será ni más ni menos que abanderada de la delegación argentina en Tokio 2020 junto a su compañero de Nacra 17, Santiago Lange, ambos medallistas dorados en Río de Janeiro 2016.

Pertenecer a una familia que tenía mucho contacto con el río y con un barco fue clave para que los más chicos se enamorasen de ello. Quizás para Sol y Elías, los más grandes, la idea ya no era tan espectacular, porque la entrada en la adolescencia demandaba otras cosas, como las primeras salidas con amigos. Pero para Ceci y Fran lo era todo. El tiempo para ellos se dividía entre andar de acá para allá con un bote con un motor de cuatro caballos, pescar, tirar con rifle de aire comprimido o hacer esquí o body dependiendo de la época. Por las noches llegaban juegos de mesa entre todos. Incluso no faltaba algún que otro almohadazo volando entre las seis camas del barco. Todo con el mismo fin, bajo la supervisión de papá Pancho y mamá Liliana: pasarla bien.

 

Así nació el vínculo de Cecilia con los barcos y el agua. Al tiempo, aún siendo muy chiquita, empezó a navegar en Optimist, en la escuelita del Yacht Rosario. Ese pequeño barquito era para ella el juguete más preciado. Lo lijaba, lo pintaba, le compraba una cosita para hacerlo más lindo. Y no había nada más placentero para ella que el momento de salir al agua, de sentir el viento en la cara, alejarse de la tierra y sentir, básicamente, la libertad. Porque además creció con una filosofía: “Quien maneja el agua tiene un mundo más grande, ¿no? Porque todos sabemos que en el planeta hay un porcentaje muchísimo más grande de agua que de tierra”, suele decir.

En la adolescencia la navegación ya fue cosa seria. Sobre el final del colegio secundario, a la vuelta del boliche en Bariloche, Cecilia, que venía compitiendo en torneos locales en los que le iba muy bien, se quedaba mirando por televisión las regatas de los Juegos Olímpicos de Atenas 2004. Entonces, selló un pensamiento: ella también quería ser olímpica. Ya en Laser Radial empezó la primera gran campaña que derivó en la primera participación olímpica, la de Beijing 2008. En Londres 2012 repitió. Aunque la desazón fue grande porque no le fue como esperaba. Venía de ser campeona panamericana en los Juegos de Guadalajara 2011 y sentía que estaba para más. Paró la pelota (o el barco), pensó y decidió que iba a arriesgar, a cambiar de bote, a empezar de nuevo. No quería más navegar sola.

Lo primero que encontró con esa decisión fue negativas. De parte de dirigentes y también de amigos o círculo íntimo. Iba a salirse de la zona de confort. Dudó, pero también se escuchó. Y la nueva campaña hacia Río de Janeiro la iba a hacer en Nacra 17, en un catamarán. Eligió compañero pero la relación no duró casi nada. Entonces encontró lo segundo: fue a buscar un consejo de Santiago Lange, eminencia en la vela, y él terminó ofreciéndole navegar juntos. Sí, la intuición había funcionado y tuvo un primer corolario glorioso y emocionante que fue la consagración en Brasil, convirtiéndose ella en la primera mujer rosarina en tener una medalla olímpica de oro y la segunda del país con unos días de distancia con la judoca Paula Pareto.

 

Hace casi un mes, la mesa directiva del Comité Olímpico Argentino (COA) determinó por unanimidad que Cecilia y Santiago serían los abanderados de la delegación nacional en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos. Y entonces ella, que en algún momento de su vida no se sintió merecedora de cosas buenas a raíz de cuestiones personales, lloró. Lloró y se emocionó durante días enteros y sintió levantar otras banderas más allá de la de Argentina, sino también la de las minorías.

Promediando la adolescencia, cuando se fue a Europa a intentar impulsar su carrera, Cecilia se ofrecía a la Federación Española para hacer los traslados de barcos en un tráiler y entonces así podía cargar el suyo y ahorrarse el flete para ir a distintas competencias. Eran viajes a veces cortos, a veces largos. Otros tantos, en solitario. En ciertas oportunidades tuvo miedo, en miles extrañó la casa pero ni loca levantó el teléfono para transmitir esa preocupación.

En realidad, ella lo había decidido así. Había decidido que iba a ser una trotamundos. En tierra o en agua, buscando sueños. Para seguir creyendo o para tomar nuevos rumbos. Como los toma el agua según como sopla el viento. Como los toma ella, un poco hija de todo eso. Cecilia espera el viernes, como cuando era una nena tozuda, camorrera y caprichosa. Aunque ya no hace berrinches. Espera el viernes, no para subir esta vez al barco de papá, sino porque ese será el día en que Tokio 2020 levante el telón.

 

Fuente: La Capital