4 de agosto de 2021

5 de agosto, cumpleaños de Rosario como ciudad

En su 169° aniversario, el historiador Miguel Ángel De Marco (h) brinda detalles de aquel poblado de tres mil habitantes en 1852, y los atributos que le permitieron ser elevada al rango de ciudad.

Por Miguel Ángel De Marco (h)

Un 5 de agosto de 1852 Rosario fue elevada al rango de ciudad por el gobierno de la provincia de Santa Fe, a pedido del entonces Director Provisorio de la Confederación Argentina, Justo José de Urquiza, con la intención de crear un poderoso centro capaz de competir y compensar el poder “del interior” frente a la poderosa Buenos Aires.

Hasta ese momento Rosario era un poblado de tres mil habitantes, sin capacidad de autogestión, carente de recursos institucionales que colaboraran efectivamente con su desarrollo y sus intereses. Sin embargo, por sus condiciones naturales y ubicación geográfica, era un enclave comercial, político, y estratégico del litoral argentino.

Derrocado el gobernador porteño Juan Manuel de Rosas en la batalla de Caseros, en febrero de ese año, las provincias vencedoras, propiciaron la sanción de una Constitución Nacional de la que se carecía, y la organización del país en el molde republicano y federal. Urquiza creyó conveniente convertir a Rosario en un bastión que garantizara dicho anhelo y corresponder el respaldo otorgado por gran parte de sus vecinos en su pronunciamiento contra Rosas en 1851. Un apoyo que se concretó en la formación de dos batallones que lo acompañaron en la campaña que puso fin al rosismo, que se empeñaba en mantener cerrada la navegación de los ríos interiores en beneficio de la Aduana y puerto único en Buenos Aires, en detrimento del litoral.

El gobernador de la provincia de Santa Fe, Domingo Crespo, al ordenar un 5 de agosto de hace 169 años atrás, que se reconociera a la entonces “Ilustre y Fiel Villa del Rosario” como “Ciudad del Rosario de Santa Fe”, otorgándosele todos los fueros y prerrogativas que como tal a ella le correspondía, daba cumplimiento a un pedido expreso del entrerriano Urquiza, plasmado en la ley del 3 de agosto.

Las ciudades asocian sus orígenes al momento en el que ellas se volvieron necesarias. En tal sentido están las que nacieron como capital de una jurisdicción política, otras para la supervivencia y defensa de un territorio; y otras como posta o ámbitos de paso en las comunicaciones.

Rosario, ya era todo esto en el siglo XVIII: sede de la autoridad civil en el Pago de los Arroyos, un puerto natural, una región fértil y apropiada para vivir, una zona de paso obligado entre Buenos Aires y las provincias, un ámbito para la religiosidad popular, tal como lo demuestra la devoción por la Virgen del Rosario, cuya festividad se celebra la primera semana de octubre desde hace trescientos años.

Factores relacionados con la internacionalización del sistema económico, la necesidad de organizar la nación bajo un nuevo patrón de crecimiento y una nueva política hizo que aquel poblado se convirtiera en ciudad abierta a la República Argentina y al mundo.

El 5 de agosto de 1852 se formalizó un reconocimiento de la joven patria hacia los rosarinos que tanto habían dado en la lucha por la Independencia y la libertad. Ahora eran convocados por un proyecto de nación que necesitaba “un puerto autónomo” de la Aduana de Buenos Aires, un “refugio humanitario” para los perseguidos políticos, y un centro mercantil capaz de generar un mercado alternativo al rioplatense.

No se equivocaron los que confiaron en la institucionalización de Rosario como ciudad: en apenas quince años creció de tal manera que fue propuesta y designada por el Congreso de la Nación como capital de la República Argentina. A esto contribuyó haber sido el primer complejo ferroportuario del país y la gran región del cono sur, y que su población se elevara de 3 mil habitantes a 23 mil en catorce años. Sin embargo, los intereses del centralismo pudieron más y se le negó a través de vetos presidenciales lo que las provincias votaron soberanamente en el Congreso. Este fue el inicio de una larga lucha.

Recordar el 5 de agosto implica por lo tanto no olvidar. Es una festividad eminentemente cívica porque implica reconocer la capacidad de transformación de las decisiones políticas. Al poco tiempo de designarse ciudad, en el mismo año 1852 se abrió su río al comercio internacional, se estableció la aduana y se creó el puerto, la Jefatura Política, la primera inspección de escuela, se suprimió la comandancia militar y se la remplazó por un juzgado de paz, un juzgado de comercio y un juzgado de policía, se dividió a la ciudad en cuatro cuarteles o jurisdicción de policías, de los que dependieron las comisarios de Campaña: Arroyo Ludueña, Chacras, Bajo Hondo, y Saladillo. Meses después vendrían las oficinas de correos, las nomenclaturas de las primeras calles. De las quince calles con nombre, diez hicieron alusión a las ciudades y provincias que comunicaban, cuatro a las actividades del momento: Mensajería, Comercio, Aduana, y Puerto; y la única que no hacía alusión a Rosario como cruce de las comunicaciones nacionales, era la que encerraba un valor político y una connotación histórica: la calle Libertad, en alusión a la caída de Rosas, y que es la actual calle Sarmiento. Seis años más tarde surgiría la Municipalidad con su rama deliberativa y ejecutiva, entre otros logros. La ciudad pudo dictar en adelante sus propias ordenanzas y los vecinos accedieron al gobierno de su patria chica.

A diez años de crearse Rosario como ciudad, su Municipalidad, reunida en Concejo acordó dotarse de un escudo. En el centro del primer símbolo de la urbe naciente, se elevaba “un brazo poderoso”, que representaba a Manuel Belgrano sosteniendo la bandera azul y blanca, al momento de su creación en Rosario, el 27 de Febrero de 1812.

Los habitantes de nuestra ciudad tienen el privilegio de que “su blasón”, lejos de recordar antecedentes nobiliarios, a un conquistador o a un ilustre hidalgo, o a símbolos de imposición, exhibe con orgullo su identificación con el general Manuel Belgrano, y el emblema celeste y blanco, síntesis de la aspiración de una patria solidaria, libre e independiente.

Hacia los 170 años de Rosario “ciudad”

En 2022 se conmemorarán los 170 años de la declaratoria de Rosario como ciudad.

Cuando hace veinte años propuse rescatar esta fecha y celebrar el sesquicentenario a través del diario “La Capital” el país recién se recuperaba de una de las crisis económicas y sociales más graves de su historia.

En tal sentido, la posibilidad de sumar voluntades para “encontrarnos” comunitariamente con las raíces históricas de Rosario, sumatoria de esfuerzos generacionales en la construcción social económica política y cultural, surgió como un espacio resiliente compartiendo un amor común: nuestra gran casa.

Nació una comisión popular producto de reuniones efectuadas en el entonces Centro Cultural Rivadavia, y allí se integraron diversos actores públicos y privados. De repente, aquello fue un foro de diversas iniciativas. Hubo encuentros de más de cien personas, representantes de distintas asociaciones.

El entonces intendente Hermes Binner, consustanciado con la iniciativa, impulsó por su parte una serie de actividades y acompañó en sus actividades a la comisión.

En lo personal destacó la participación espontánea de los ciudadanos que se convirtieron en los hechos agentes culturales y puentes de realizaciones en distintos barrios de la ciudad, algunos de los cuales continuaron desde entonces fomentando iniciativas de rescate patrimonial.

Dos décadas después los rosarinos nos encontramos superando otra dura prueba a causa de la actual Pandemia y quizás cabría pensar si la conmemoración de los 170 años de ciudad podría contribuir a tender un puente intergeneracional, fortaleciendo los lazos de pertenencia y compromiso con una tradición de superación, creatividad y solidaridad.

En el 2002 los integrantes de la comisión nos vinculábamos con nuestros conciudadanos principalmente a través de las gacetillas que se publicaban en el diario y se emitían por las radios. Hoy tenemos una avalancha de recursos tecnológicos a nuestro favor para abrir las puertas a experiencias identitarias maravillosas.

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